Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

viernes, 18 de febrero de 2011

Capítulo 3: Filósofo de Café


“No es el tiempo presente un tiempo de artistas, posmodernismo, superficialidad, apatía, son el caldo de cultivo de una sociedad en proceso de descomposición. La importancia desaparece y solo trasciende un falso sentimiento de libertad meridiana. ''

Los ojos negros, oscuros hasta decir basta, miran el papel, los labios finos forman una sonrisa socarrona, un sentimiento de superioridad infinita se cierne sobre la mente deYuri. Es ruso, de origen revolucionario, descendiente de uno de los soldados de la Bahía de Kronstadt, su abuelo, anarquista acérrimo, no tuvo la posibilidad de enseñarle, en cambio si la tuvo su padre, heredero directo del ideario transgresivo del progenitor.
Disfruta escribiendo, es para él un placer como ningún otro, una forma de llegar a las raíces de los problemas de la humanidad. El papel delante, solo tres líneas y ya ha retratado la sociedad. Es un genio, piensa, pero un genio sin palabras, tal vez el orgullo el peor enemigo del literato. Casi siempre se da cuenta de que es un estúpido por creer que no lo es, pero en ese momento no lo piensa, solo siente orgullo por su obra inexistente, orgullo de pensar algo diferente aunque no lo lleve a la práctica. Las calles de Argenta son perfectas para reflexionar sobre la alienación, perfectas para darse cuenta de la podredumbre de una sociedad transformada si acaso en un chiste malo.

“Como si nos enfrentáramos a un ente abstracto creamos enemigos donde no los hay, golpeamos a nuestros vecinos por un pan que no es suyo ni nuestro, nos golpeamos y enemistamos por el simple placer de hacerlo, con ese acto de ignorancia, siguiendo la línea editorial de unas élites que lo único que desean de nosotros es que nos entretengamos, que no pensemos en la forma en que nos están chupando la sangre desde el minuto uno de nuestras vidas. ''

Se da cuenta Yuri de que ya llega el momento de desenfundar su arma secreta para dar rienda suelta a la inspiración, y mientras se enciende un cigarro, coge del bolsillo interior de su levita una petaca. En el interior, bebida de dioses, de dioses de la palabra y el pincel, absenta con agua y azúcar oscuro. Sustancia obsesiva, atrayente, liberadora. Es con ella con quien está casado el argénteo de origen soviético. No ruso, soviético, es de eso de lo que está más orgulloso en su vida. Para dar el primer trago debe apartar su melena descuidada de la cara, y entre los pelos de la negra barba fluye el líquido divino. No es la ambrosía sino un nombre hermoso con el que denominar al hada verde.
Dulce amargor el de su sueño hecho bebida, tose tras darle una larga calada a su cigarro, reluce en la oscuridad del café, y los demás clientes lo observan, no es apropiado llevar su propia bebida, aunque tenga un café pedido y pagado enfrente. Es maleducado, y ríe, ríe a carcajadas y lo observan con más fiereza. No es para él la vida de un humano corriente nada, un borrón en un Universo interminable, enorme y cargado de sucesos más importantes que la desaparición de un planeta. Yuri, filósofo engreído e ignorante.
Apura el café, como deseando que dejen de mirarlo mal, le incomoda la estupidez de los que creen en los convencionalismos sociales, él es un cliente como otro cualquiera, pero no le importa en absoluto disfrutar de sus productos entre los minutos en que se deja llebvar por el consumismo y va a un café. No tiene un lugar mejor en el que dedicarse a escribir. Hacerlo en su casa le parece un vacío en su existencia. No tiene tal cantidad de estímulos, el vestido blanco de la mujer del fondo, los ojos verdes detrás de las gafas de aquella águila de mirada severa. El camarero más cansado con la vida que con su trabajo. _Y todos ellos siendo rodeados por un oxígeno al que no le otorgan el valor que debieran. Termina el café y toma otro trago de su acompañante de metal, la petaca. Con el cigarro colgándole de la boca, continúa escribiendo sus reflexiones y aforismos, que, considera, serán adorados en la sociedad del futuro, sociedad de suprahombres. Ya lo predijera Nietzsche en sus obras de trágicas influencias.

“Cada día camino hacia mi trabajo, el mismo lugar, la misma gente, aquejados de distintos problemas que en cada momento consideran de una importancia dramática. Bastardos. No son conscientes de que de quitarles la importancia que inventan a esos problemas serían capaces de ver más allá, serían capaces de construir su mundo interior desde las cenizas y, tal vez, llegar a tener algún pensamiento realmente productivo. Aliens del razonamiento, siguen sin darse cuenta de que John Travolta no es más que un gran actor, sus problemas no son aquello con lo que cualquiera debería sentirse identificado. Son películas, no son vidas. Vive.''

No sin cierto orgullo esboza otra sonrisa socarrona, no sin cierta parsimonia va guardando su libreta en el bolsillo de su chaqueta, y no sin cierto descaro mira con desprecio a todos los que le rodean mientras se levanta. Lleva ya varias semanas acudiendo a ese local y no hace más que ver las mismas expresiones en distintas personas, para él seres de inferior categoría, no conocen lo que el conoce, no sienten ni piensan lo que él, y ni por asomo lo imaginan, para esas personas todo es nada. Si se diesen cuenta de que con sobrevivir deberían ser felices...el resto está en el interior, y no es la felicidad, es la autorrealización.
No sería Yuri, a sus treinta y tres años, capaz de explicarles el porqué de su estupidez eterna. Ni tiene ganas, en absoluto, no es necesario, mientras abre la puerta del café y se deja seducir por la brisa fresca de la noche, vuelve a la vida y se olvidaa de su superioridad sobre la mayoría. Si Charles, el simbolista, me viese, se avergonzaría, qué presuntuoso. El destino del creador, no ser consciente de que por ser dios sobre el papel no lo es en la vida real. Casi totalmente absorto en sus pensamientos, no se da cuenta de que alguien le persigue, entre las aceras de grises, un hombre, un chico más bien, le observa fijamente mientras esquiva sus ojos, no quiere ser descubierto y sigue el mismo trayecto que su soviético particular.
Se llama Julián, y tiene un motivo perfectamente claro para perseguir a ese Yuri. Lo conoce, tal vez mejor de lo que se conoce a sí mismo, ya que lleva mucho tiempo leyendo sus escritos en el papel de las servilletas del bar de Unamuno. Así se llama el local que más frecuenta en las noches de Argenta, un lugar tranquilo, silencioso, en que sirven vino y whisky de ínfima calidad y no se meten en tus asuntos. Cuando deja Yuri el local abandona siempre servilletas cargadas de su caligrafía vacilante. Es una muestra de afecto por sí mismo dejar atrás su legado, y es Julián el que lo aprovecha. Es allí donde leyó por primera vez el nombre que ahora lo corroe por dentro, el rey Kai.
Yuri continúa con su travesía, dirigiendo sin disimulo alguno su mirada a todo aquel con que secruza, consiguiendo en ocasiones una sonrisa torcida, en otras que sus víctimas aparten la mirada. Se permite juzgar a todo el mundo, es para él una práctica edificante, cree conocer a través de algo tan trivial el alma de las personas. Piensa que en una sola mirada se condensa una vida, y en esa condensación se nota el ser o no ser de cualquiera.
Entran en la zona vieja de Argenta, callejuelas empedradas, siempre en cuesta, cargadas por el día de familias con sus pequeños, recorriendo la ciudad del litoral gallego, y de noche de toxicómanos que no tienen un lugar mejor en que dejarse poseer por su amiga la heroína. Es la zona vieja, por lo tanto, un lugar en que transcurre la vida de demasiadas personas. Un lugar de violencia en ebullición, que con la llegada y formación de guetos como el de los gitanos o los sudamericanos se convierte lentamente en una barriada de absurdos. No sabe Julián a dónde se dirige Yuri, y no es seguirlo lo que desea, pero es necesario, ya que aún no tiene el valor de ir a hablar con él, lo admira desde meses atrás y aunque es cuestión de vida o muerte el asunto que debe tratar con él aún no sabe cómo plantearlo, tal vez le tome por un loco.
Tras serpenteos por calles de yonkis y putas, tras insinuaciones de robos y sexo como negocio, acaba entrando en otro local. No es un local conocido para Julián, y antes de seguir al soviético a su destino, se para a analizarlo desde fuera. Aparenta un bar normal, pero en cuanto se detiene a leer los carteles pegados al cristal, se da cuenta de que no es un lugar al uso. Se llama El Parlanchín, y es un lugar al que ciudadanos de diferentes países acuden para mantener conversaciones en el idioma que los interlocutores deseen, un lugar de habla y práctica de idiomas. Noi entiende el joven qué hace su posible salvador en un lugar como ese, pero ante la duda, es mejor tirarse a la piscina, así que sin demasiadas dudas atraviesa la puerta, está casi vacío, solo un hombre y una mujer hablando en la barra, parece que su idioma es el italiano, y suena algo como amo y cuore, romanticismo entre desconocidos.
Yuri se sienta en la barra, pide una cerveza, un poco de ambrosía enn su garganta, bebe sin pudor, conoce al camarero y sabe que no le dirá nada por consumir absenta, él también la aprecia, pero no la sirve debido a la normativa internacional al respecto. La consigue Yuri mediante la importación de un pueblecito en el Norte de Portugal. Para el revolucionario de pensamiento y no de actos es aquel un lugar fantástico en que pasar el tiempo, ya que o nadie le molesta o consigue practicar su lengua madre, desentrenada desde el fallecimiento de sus padres. Percibe entonces la entrada de un extraño, demasiado joven para lo habitual en El Parlanchín, aunque no le sorprende, de vez en cuando un adolescente con aspiraciones de ser culto atraviesa la puerta para salir vapuleado por el a través de la dialéctica. Es una tarea tan divertida como cualquier otra desencantar a los que no merecen la pena. Solo una vez había llegado a respetar a uno de aquellos chavales, y le había dado alguna recomendación para ponerse a escribir.
Julián se acerca entonces a su objetivo, envalentonado por el carácter del local, y le pregunta si le importa hablar en castellano, para dar facilidad a la expresión.
-No es casualidad que venga aquí a hablar contigo.
-Así que no es casualidad, eh, pues más te vale tener una razón de peso-el acento eslavo presente siempre cuando Yuri habla, hasta en sus pensamientos españoles.
-Mi razón de peso es el rey Kai, sé que forma parte de la imaginería de lo que escribes.
Eso si que es una sorpresa para el que nunca se sorprendía, el rey Kai, una figura que atrae a Yuri hasta la saciedad, no sabe por qué, pero un día al despertar de un vívido sueño, comenzara a escribir la historia de un Dios maldito, la historia de un ser sobrenatural que con sus designios condenaba a los más brillantes humanos, torturándolos con la incertidubre, con la repetición de sus actos, con la rutina más feroz. Desde aquel amanecer, había sido una constante en sus obras, el rey, Kai, rey de la muerte.
-Acabas de intrigarme, continúa.
-No quiero hablarte de tus escritos, que me encantan, sino sobre dónde nació esa idea, ¿de qué conoces al rey Kai?- la pregunta salió del jove con tal desesperación que se da cuenta Yyuri de la gravedad del asunto.
Le explica con calma cada detalle de aquella mañana en que el ente viniese a su pluma como si se tratase de acero ante un imán. Desde entonces es algo más consciente, pero en su origen, un flechazo en el lóbulo temporal y un trazo en el folio ante él, y el rey Kai había nacido. La mirada de decepción de su interlocutor al darse cuenta de que no tenía una base real es manifiesta, y es entonces cuando Julián hace su jugada.
-El rey Kai existe, no es parte solo de tu simbología, es un ser real, y me temo que tanto yo como aquella a la que amo más que a nada estamos amenazados por él.
No podía esperar el joven una reacción como la que siguió a sus palabras, la carcajada casi desencajada de Yuri fue un insulto para él. La falta de respeto hizo que, de repente, quisiese golpear al que tanto había admirado.
-Tu problema no es el rey Kai entonces, tu problema es la falta de medicación. En vez de preocuparte por seres literarios tal vez deberías preocuparte por aquello que representan, el estado, la alienación, el sueño eterno en el que está sumida la sociedad.
-Eres un ignorante, y un imbécil.- Julián empezaba a estar realmente enfadado, y tentado de hacer algo de lo que después podría arrepentirse.
-De acuerdo, supongamos que existe, si existe es demasiado para abarcarlo unos simples humanos, con qué objetivo vendría a mi, yo no puedo ayudaros.
-Si escribiste sobre él tal vez tengas alguna información, algo que nos podría ofrecer una oportunidad, un conocimiento de sus debilidades, o de su piedad, pero veo que pierdo el tiempo, no sé por qué criticas tanto a la sociedad en lo que escribes, si te comportas como uno más, reirte de los que te rodean no te convierte en su superior, solo te hace ridículo.
Yuri se lanza sobre Juliá, derribándolo de la silla en la que se encontraba. No hay peor insulto que llamar común al que no se lo cree, la normalidad insulta a los que la consideran un defecto. Una vez en el suelo, golpea con fuerza la mejilla de su oponente, que se revuelve como puede, y consigue desembarazarse de la presa. Tras levantarse, toma una decisión drástica.
-¿No me crees? Pues lee esto, y arrepiéntete, no creo que te guste lo que sueñes hoy después de leerlo.
Saca un pergamino arrugado de su chaqueta y se lo ofrece a un Yuri jadeante y sonrojado, su amigo le mira desde detrás de la barra con aprensión. Acaba de cagarla, a base de bien.
-Lo siento, Simón-dice, mientras recoge las sillas, ambas en el suelo-, y tú, dame eso.
Recoge el pergamino. Y mientras se marcha, Julián le informa de que al día siguiente a la misma hora, se encontrarán en el mismo lugar, si es que ya otorga credibilidad a su historia, sino, feliz condena.
-Ya estamos condenados, solo mira a tu alrededor-Yuri vuelve a centrarse en su cerveza y su petaca, cabizbajo.