Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Sin rumbo

Ojos rabiosos. El contramaestre no estaba a punto de interesarse por la salud del capitán, ni a darle la enhorabuena. En un barco pirata el único botín que vale es el último. Y las noches se acumulaban, el ron descendía, ya muy lejos el recuerdo. Para quien no lo había aniquilado completamente.

Las historias de gloria que habían escuchado en la fase de reclutamiento se iban asemejando cada vez más a gaviotas en el horizonte, en medio de un sueño que sabía a azufre y olía a sangre. Un nombre no vale de nada. Para ser más precisos, un nombre vale tanto como los hombres que lo pronuncien decidan. Y Paolo Antúnez estaba viendo una devaluación de secano, de motín y de furia.

Desde las profundidades de la nave se escuchaba el golpeteo rítmico de los remos contra el suelo. Eran, en realidad, tambores de guerra. Y ninguna palabra bien escogida, o un tono suficientemente manipulador, iba a salvar al capitán de su destino. La Parca se acercaba inexorable, y Vieito era un simple mensajero.

-Sabe que le he servido lealmente desde que entré a su servicio- dijo, con un deje sibilino-, pero ya no puedo contenerlos más.

-Tu fidelidad siempre me ha dejado atónito, Vieito- Paolo Antúnez no iba a perder el sentido de la burla hasta su último aliento-, pero sabes tan bien como yo que no tenemos opciones. No me voy a dejar atar en la bodega y vosotros no me vais a dejar caminar libremente, sabiendo que antes os cortaría la garganta uno a uno que ser testigo de como manejáis mi barco.

-El Cronopio ya no es suyo, capitán, lo único que consigue resistiéndose es perder la vida. Siempre hay otro puerto en el que empezar de cero. Su nombre puede seguir siendo de su propiedad.

El gesto fue demasiado rápido, y Vieito Ordóñez estaba demasiado confiado como para preverlo. El sable atravesó su garganta en diagonal antes siquiera de que pudiese mostrar un gesto de sorpresa.

-Mi nombre ya no me pertenece a mí, ahora es deber de mi hijo defenderlo- dijo, mientras se dirigía a la puerta de su camarote.

Los dos hombres que custodiaban sus aposentos no lo vieron venir, la ausencia de gritos o tumulto no les había permitido prepararse para lo que se les venía encima. Y con el ir y venir del velero, y dando la bienvenida a la luz con un cerrar y abrir de ojos, el todavía capitán de El Cronopio robó a aquellos hombres su respiración y su futuro.

Paolo se sabía muerto, pero no esperaba pudrirse en una bodega, humillado por la conmiseración, por la piedad y la derrota. Sólo había una forma de derrota que conocería, las aguas serían testigo. Con la tripulación alertada y en movimiento, dio un salto sobre la baranda de babor y se impulsó para trepar cabo a cabo hasta el mástil. Sujeto por un solo brazo, desenfundó su pistola y otro traidor dejó de respirar.

-Si me queréis, venid a cogerme- rio, exultante. Hacía tiempo que no se sentía tan vivo.

La calma chicha le había convertido en un hombre cuestionado, y tras el regreso del viento unos días atrás, la estupidez de sus hombres y la ambición de su contramaestre le habían condenado. Pero la ambición sin respeto se paga, y convertiría la estupidez en un juego de azar y defunción hasta que no le quedase un aliento que convertir en saña.

Varios tiros se perdieron en el aire, y no entendió por qué ninguno de ellos le había alcanzado. Sin pararse a reflexionar sobre su suerte siguió ascendiendo hasta que se pudo cubrir tras madera y no aire.

Dos docenas de hombres esperaban lo inevitable, y sólo unos pocos valientes se atrevieron a subir, de cacería. La fama no es algo que se regale entre piratas y demás depredadores. Varios siguieron probando suerte desde la superficie, pero el capitán estaba bien posicionado para evitar que lo derribase un cobarde con pistola.

Los dos primeros valientes llegaron a su altura, y sus gritos parecieron sonar perfectamente acompasados mientras caían, ya heridos de muerte por la centella en que Paolo convertía su sable con cada movimiento. En vez de caer presa del desánimo, los más pasivos comenzaban a posicionarse a lo largo del barco, tratando de conseguir un ángulo desde el que disparar al capitán mientras se defendía de los bizarros.

La mirada enajenada de un calvo lleno de cicatrices consiguió hacer dudar por un momento a Antúnez que, no obstante, esquivó el ataque y respondió con fatalidad como si de un baile de taberna se tratara. El momento de duda había dado tiempo para apuntar a las ratas que se agolpaban debajo de él. Y un hilo de sangre salió disparado, marcando la tela que debiera haberlos llevado a buen puerto.

Paolo se había hecho una promesa (mucho más cierta que la que le había hecho a Aurelia). Antes no regresar que colgar de una entena. Herido de muerte, y su chaqueta cada vez más pesada con el olor metálico de la sangre adueñándose del ambiente, decidió.

Un pedazo de madera puede ser como un campo de competición para el hombre diestro, y con la esperanza de conseguir alcanzar el mar, incluso con la muerte arrastrándolo hacia el fondo, echó a correr. Serpientes y demás alimañas se pusieron de acuerdo para disparar, y la percusión sobre su cuerpo lo mantuvo estable llegando, como llegaba, de todas direcciones.

Consiguió exhalar su último aliento en el momento en que hacía contacto con el mar, dejando un regalo para los ojos, una bandera carmesí, una bandera de auténtica sangre pirata en las aguas.

Mientras tanto, en El Cronopio Tomado, los genios que sabían saber mejor decidieron que mantendrían el rumbo. No se les ocurría una idea mejor.

1 comentario:

  1. Como siempre, un relato bien escrito que te hace querer más. Eres bueno, amigo! (Voz de Robert de Niro)
    Efren

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