Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

viernes, 22 de julio de 2011

Adiós, París, volveré

Anochece en los Elíseos,
descansa Montmartre de su sueño,
lienzo y bohemia duermen
entre la virtud, artista, y el infecto.

Arrabal de artes y de estafas,
París es sino de muchos
y realidad de elegidos con alas.

Volar en la mente, la pluma,
una ciudad que ofrece y roba,
para ti el ambiente, el arte, su cuna,
para ella tu alma, infiel en su alcoba.

Salir es morir, Ryanair, verdugo,
cuando dejas las luces, las sombras,
la vida parece arrimarse al cajón
de quien por no querer, ni asoma.

Clases de canto en la ópera,
aprovechar las calles, boulevares,
tarea difícil para el rapsoda
que es extranjero fuera de los bares.

La absenta, prohibida, la esencia,
agoniza, pero el sentimiento como
en Pizarro, está en las venas
y no en las calles de piedra y barro.

Este es el mundo de versos
que desde Toulousse a Ernest bebieron,
las imágenes que subyugan
mentes, almas, y también cuerpos.

De ti me despido, ciudad del amor,
ciudad de luces y arte, me despido,
espero que recuerdes mi promesa,
tarde o temprano, serás mi último destino.




Y una propina improvisada, fruto de la empatía que Murakami despierta en su blues tokyota.

En la eternidad

Somos seres de piedra,
corazones que acechan,
somos vidas perdidas
el mañana me inquieta.

Qué será del loco
que perdió al mundo
entre vidrio y licor,
y el mundo que hará
sin que nadie pierda,
la derrota de mi rumbo.

Nos mentimos por piedad,
y cuando hablamos, sin quererlo,
nos es imposible decir la verdad.

Autoengaños para todos,
cerdos, cándidos, mujeres y niñas,
clases de personas acabadas
entre humo, muertes y elegías.

jueves, 21 de julio de 2011

Muerte

Me sumí en la muerte y su metafórica enemistad,
para ver surgir el brillo de la existencia,
sustituyendo con lirios el bello azahar
nunca vida sin muerte tendrá consistencia.

Los años son breves entre eternidades,
pero quién quiere una vida infinita,
sin lo efímero de las vanidades,
es el fin lo que la convierte en vida.

Sería sino cúmulo de horas, días,
que vuelan y escapan sin nada,
la importancia es cosa finita,
por eso ya repudié lo que nunca acaba.

Así que vive, morirás mañana,
si hoy es el último
que mi cuerpo arda.

Y por El mismo Apolo,
mi alma, ya
no es adorno.

martes, 19 de julio de 2011

Rojo en la luciérnaga. 4ª

10:00 Domingo
La primera reacción del hombre que se encontraba delante de mí fue un gesto de absoluto cansancio y tedio, los ojos entrecerrados como si acabase de despertarse y estuviese sufriendo una tortura al tener que ver la luz del día. Pero no iba a permitir que la lastima por haber interrumpido su sueño me privase de conseguir la información que necesitaba.
-Disculpe las molestias, pero usted estaba anteayer en La Góndola, ¿verdad?
A medida que iba avanzando en mis palabras, su rostro se torcía en una mueca desagradable, parecía que no quería vivir ese momento, y en cuanto terminé de hablar, con un movimiento brusco, intentó cerrar la puerta en mis narices. Por desgracia para él, mis nervios estaban de punta, y los reflejos de un hombre somnoliento y los de uno que está en constante tensión no son los mismos.
-Quieto, solo quiero hablar-exclamé mientras empujaba la puerta con el hombro y me lanzaba dentro de la habitación.
El hombre, Lao-Tse o como se llamase, miró dentro de la habitación en busca de algo, saltó rápido sobre su cama y trató de alcanzar el flexo que se encontraba sobre la mesilla de noche. Esfuerzo inútil, en cuanto leí sus intenciones, me arrojé como si llevase jugando al fútbol americano toda la vida. Aplasté su cara contra el colchón y le repetí que solo quería hablar, nada más, mis intenciones eran buenas y lo único que necesitaba era la cooperación de un estúpido como él.
Tal vez perdí un poco los nervios.
-Vale, vale, lo siento-tenía un acento peculiar, pero no parecía asiático, era más bien cercano a algún país de Europa del este.
Aflojé un poco mi presa y deje que se sentase sobre la cama, agarrando sus brazos en la espalda, incapacitándole para cualquier movimiento que pudiese complicarme las cosas. No podía permitir que escapase, y aunque ahora me da algo de vergüenza admitirlo, estaba tan furioso que deseaba hacerle daño a alguien.
-Ahora me vas a explicar por qué nos vigilabas, me vas a explicar lo que sabes sobre el asesinato de mi padre.
En ese momento dio un respingo, la sorpresa por lo que acababa de decir fue grande.
-¿Asesinato?, no sé nada de un asesinato, por favor no me hagas daño-en cuanto asesinato apareció en la conversación, sus nervios se fueron totalmente al limbo, y quedó un gimoteante hombre que se arrastraba entre las sábanas suplicando que no le hiciese daño.
-No te voy a hacer daño, solo dime por qué nos observabas.
Le solté, pensando que probablemente fuese inofensivo, y en cuanto vio la oportunidad, se lanzó sobre mi, intentando derribarme. Me desestabilizó y casi me hizo caer, pero en el momento mismo en que recobré mi equilibrio, teniendo agarrado al hombre por la nuca justo delante de mí, agarré mi ejemplar de Las flores del mal y le golpeé en la cabeza con todas mis fuerzas.
Definitivamente, este asunto me está volviendo loco, pero se lo merecía, intentaba escapar cuando podría revelarme datos sobre un negocio importante, sobre un asunto que había llevado a un lugarteniente de la Guardia Civil a morir de una forma inusitadamente cruel.
En cuanto recibió el impacto de dejó caer al suelo, boca abajo. Le di la vuelta con el pie, con desprecio, y volví a ordenarle que comenzase a revelar toda la información de la que disponía, pero en este caso añadí que las cosas, de no colaborar, se iban a poner muy feas.
-Vale, vale, no sé casi nada, lo juro-miraba hacia mí d reojo, estaba realmente aterrorizado, parecía que las lágrimas estaban a punto de saltar en todo momento de sus ojos-, estaba esperando en la puerta del local, antes de entrar, quería fumar un cigarro al aire libre antes de encerrarme, y entonces vi a ese hombre hablar con otro, entre las sombras, parecían no querer que nadie les escuchase.
-¿Cómo era el otro hombre? ¿Dijo su nombre?-estaba impaciente.
-No, no lo dijo, de verdad, pero era alto, muy alto, con el pelo rubio y largo, apenas le veía la cara porque la noche era muy oscura y ellos estaba muy bien escondidos.
-De acuerdo, y qué fue lo que escuchaste, dímelo.
-Escuché que la entrega se iba a realizar en lo alto del mirador, como siempre, escuché que sería ayer donde Robinson Crusoe encontraría su tesoro. Sé que suena absurdo, pero me pareció muy divertido, muy emocionante, es por eso que después espiaba los movimientos del hombre en La Góndola.
-Más te vale decirme todo lo que sabes-mientras pronunciaba estas palabras, le amenacé con el libro.
-Vale, vale, dijeron que el martes habría otro envío, y ahí pareció que el hombre bajo, el que murió, se enfadaba y decía que no sería prudente volver a actuar tan rápido.
Y ahí estaba un probable móvil de asesinato, ahí estaba lo que podía dar nuevo aire a mi búsqueda de información. Salí rápido de la habitación con una disculpa por bandera. Eran daños colaterales, me había pasado, pero las circunstancias así lo requería. Maldita sea, lo cierto es que me siento culpable. Me siento culpable, y siento que necesito hablar con alguien, Andrea sigue desaparecida, no tengo forma de localizar a ningún familiar suyo, su móvil está totalmente inactivo...
-¿Aurora?-le dije, en cuanto ella respondió al teléfono.
-Dime.
-Creo que voy a necesitar tu ayuda, podrías verme esta noche y te explico algo que debo hacer para esclarecer las circunstancias de la muerte de mi padre.
-Pásate a la salida del trabajo, ya hablaremos-parecía nerviosa.
-Así lo haré, gracias, y si después de que te lo explique no quieres participar de ello, lo entenderé.
Colgamos sin decirnos nada más, tal vez no estaba preparada para que le pidiese ayuda en un caso así, tal vez estoy exigiendo demasiado a alguien que en realidad no podría hacer nada mejor que mantenerse al margen y no salir salpicada de los acontecimientos que están teniendo lugar en estpos días salidos del infierno.
Da igual, da igual, lo único cierto, es que esta noche podremos inspeccionar el lugar al que Robinson Crusoe debe ir en busca de su tesoro, lo cierto es que en pocas horas, tal vez la identidad del asesino haya salido a la luz...en conjunto con la certeza de que mi padre participaba en una operación de tráfico de drogas. Ojalá todo se aclare, y para bien, tengo que recordar...

domingo, 17 de julio de 2011

El juego es poesía

Muerte de Epicuro

Sube el nivel del hedonista,
como griego y clásico se muestra,
cita el esplendor de estética,
ya no es real lo que fue su apuesta.
El placer se escurre, arena fina,
las hojas de Epicuro caen muertas,
para el ludópata no puede haber artistas,
para el vividor, un fracaso, una muesca.
De nuevo te sientes frío,
no sientes cáñamo, no sientes abrigo,
grave error confundir carpe diem
con la ebriedad que te da cobijo.
Siente el joven que vence al tiempo,
con una cápsula la noche pasa
pero esa cápsula, no es un juego.
Es triste vivir entre drogas
cuando el mundo es rico,
es triste recorrer el mundo
sin que las drogas tengan su sitio.
El equilibrio el objetivo,
el goce, utopía esclava de todos,
porque si aún eres niño,
por qué escapa la inocencia
de tu entorno.
Así, que te guíe Horacio, tal vez sepa,
sabio, en qué punto del placer
está lo feliz, y cual es el camino
que te acercará a sucumbir.


Urbe, te convoco

Frialdad de urbe, te convoco,
ven con los hijos de tu seno,
para ti ya es otoño
y  tu vida termina en invierno.

Como dijera el viejo loco,
el cemento que acogió estallará,
en una simbiosis de ruido
y esperanza: vida, nada más.

Nos dejaste, urbe, durmiendo,
entre ídolos que por no ser
de barro,
son de acero.

El dios Bonaparte, adalid burgués,
y sus hijos, que sin dudarlo
proclaman el ideal apático
y del revés.

Si eres, urbe, noble y moderna,
sé virtuosa y contemporánea, compensa
lo arcaico de la mente humana,
comienza la lucha sin cuartel
contra los errores que atenazan.

¡Tus días no son claros!, y ya llegas,
convocada, la polución que creaste
nos obnubiló, y perdidos entre asfalto,
nos movemos por rencor.

Pero este es el final, urbe,
pon fin a esta mentira, revela la verdad,
que el hormigón es casa y no filosofía,
nada más.

lunes, 4 de julio de 2011

Rojo en la luciérnaga. 3ª

09:00 Domingo
Apenas he dormido esta noche, y aunque no estoy fresco no tengo sueño, es como si una ansiedad, una urgencia extraordinarias, se hubiesen apoderado de mí. Andrea, sin señales. Y quería ir a ese motel temprano, no se me puede escapar el hombre de rasgos asiáticos, y en caso de que se hospede allí, debo ir temprano y cogerlo cuando no se lo espere.
A modo de acto simbólico, y sabiendo lo que leía anteayer, cogí antes de salir de casa una copia de Las flores del mal con tapa dura y letra grande, un objeto contundente que podría resultarme de gran utilidad, como excusa y como defensa. Si se trataba de un simple turista, podría argumentar que lo había visto leyendo, y que como no conozco a muchos conocedores de la poesía simbolista, deseaba debatir con él, si no suponía molestias, claro.
Monté en el coche y puse rumbo hacia Carnota, antes me acerqué por el portal de Andrea, y pude contemplar acercando la cara al cristal que su buzón no había sido vaciado. No me había parado a pensar en ello, pero me resulta extraño no tener llaves de su casa, nuestra relación es muy seria, llevamos mucho tiempo juntos, pero ni vivimos juntos ni nunca nos planteamos hacerlo. En estoos momentos no sé lo que le puede haber ocurrido, y no imagino cómo soportar que le pueda haber pasado algo, tal vez por mi culpa, por mi relación con el crimen...Si esa sonrisa suya desaparece por mi culpa, no seré capaz de perdonármelo.
La carretera está muy despejada, domingo por la mañana, supongo que es suficiente explicación. No me lleva ni media hora acercarme hasta Carnota, y la figura del motel se alza imponente. Aunque tenía todo muy claro cuando salí de casa, a medida que se acerca el momento de preguntar por mi sospechoso, la idea me va pareciendo más y más absurda, solo se trata de un hombre que leía cerca de mi padre y de mí en un bar de la costa coruñesa.
El aparcamiento estaba bastante vacío, apenas cuatro o cinco coches de baja gama lo ocupaban, y decido aparcarlo en la esquina más apartada de la puerta, ya que no me gustaría que nadie pudiese reconocer mi vehículo, localizarme, tengo que andar con pies de plomo.
La recepción del motel es aséptica, nada destacable, muebles funcionales, y un hombre de mediana edad regentándola con cara de profundo tedio, una televisión escondida tras el mostrador para ayudarle a pasar las horas muertas, que no debían ser pocas. Cuando me vio entrar reaccionó, cambió la cara, como si acabase de despertar de un largo sueño, y sonrío en un esfuerzo casi inhumano, torciéndosele la sonrisa en el mismo momento en que le dije que debía preguntarle por uno de sus inquilinos.
-No recuerdo su nombre, ya que no hemos tenido mucho contacto, hemos quedado aquí para debatir sobre un autor francés, tal vez le haya visto ir y venir con un libro como este en la mano-le enseñé mi copia.
-Lo siento, pero no puedo decirle nada, dar información sobre los clientes está prohibido, así que lo mejor será que contacte con él y le pregunte el número de habitación en el que se aloja.
-Lo haría, pero nos comunicamos por carta y bajo pseudónimo, es una forma de darle más encanto al debate literario.
Intenté por todos los medios que no se notase mi nerviosismo, pero supongo que estaba lo suficientemente acostumbrado a ese tipo de situaciones, en que alguien buscaba a uno de sus inquilinos, como para darse cuenta de mi situación. Cambia posible asesino por posible cónyuge infiel, y será el pan de cada día para un hombre como él. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea.
-Puede que esté registrado a nombre de Charles Baudelaire-era solo una teoría, pero como mínimo, tendría que abrir el registro, y con un poco de suerte podría saber qué habitaciones estaban ocupadas en ese momento.
-Lo comprobaré, si se equivoca, le ruego deje de molestarme y se marche, tal vez pueda concertar una cita con ese hombre en otro momento, tal vez se haya equivocado y ni se aloje aquí-no tenía el hombre ninguna intención de dejarme pasar.
En cuanto sacó el registró pude comprobar que apenas había una decena de habitaciones ocupadas en ese momento. Es difícil describir lo que sentí al descubrir que una de ellas estaba reservada bajo un nombre que me resultó reconocible, Lao-Tse. Apenas pude reprimir la carcajada ante la xenofobia de la que hacía gala el mundo. Un hombre de rasgos ligeramente achinados puede utilizar con credibilidad el nombre de un filósofo chino de la antigüedad, sorprendente.
-Lo siento, pero me temo que no tenemos ningún Charles Baudelaire alojado aquí en este momento-suspiró con suficiencia, como si se conformase lo que llevaba tiempo advirtiéndome-, por cierto, ese nombre, ¿de qué me suena? Es el guionista de esa peli de Jim Carrey, Olvídate de mí, ¿verdad?
-Creo que sí-respondí, deseando salir de allí cuanto antes-, ha sido un placer, muchas gracias por todo.
Tenía su número de habitación y sabía que la llave no estaba en recepción, con lo que lo más probable era que estuviese con él, en la habitación, tal vez descansando las últimas horas antes de emprender la huida y no volver a dar noticias después de haber asesinado a un lugarteniente de la Guardia Civil.
La puerta de su habitación estaba por la parte de atrás del motel, la privacidad, asegurada, pasé agachado por debajo de la ventana, cualquier riesgo que pudiese evitar sería mejor. Cuando llamé a la puerta, el corazón me latía a una velocidad de vértigo, no sabía lo que podría encontrarme. Con el libro en la mano, esperé agachado para que no me pudiese ver por la mirilla, y en cuanto escuché movimiento, y el crujido de la puerta al abrirse me enderecé y esperé a que esa cabeza rapada, esos rasgos asiáticos, aparecieran.

viernes, 1 de julio de 2011

Rojo en la luciérnaga. 2ª.

2:00 Domingo
Son las 6 de la madrugada, y aunque acabo de llegar a casa y estoy metido en cama, creo que no podré pegar ojo. Las cosas empiezan a retorcerse, Andrea no aparece, tiene el móvil apagado, y mi conversación con Aurora solo...me preocupa. Hay muchas cosas que no encajan, aunque lo mejor es que intente registrar las cosas tal y como ocurrieron, tengo que intentar que este diario no se convierta en un muro de las lamentaciones, solo debo registrar datos, ya que empiezo a temer que, si profundizo en los hechos de la noche de ayer, esto pasen de ser las notas de una investigación a la memoria de mis últimas horas de vida. Pero no puedo parar, en este momento, se trata ya de un asunto vital.
Mi padre, Francisco, fue hallado colgando del faro, y según parece llevaba encima, aparte de un teléfono mojado del que la policía trata de recuperar el registro de llamadas, un paquete con más de un kg de cocaína. Parece que se trata de un asunto de drogas, o al menos es lo que trataban de investigar los agentes en La Góndola.
Después de ducharme y echar una cabezada, me dirigí a O Ézaro con el objetivo de informarme y tratar de descubrir lo que la camarera sabía. No me hizo falta esperar mucho en el aparcamiento del pub hasta que Aurora salió, y en cuanto vio que me bajaba del coche se acercó a mí con cara de circunstancias.
-Creo que deberíamos hablar-dijo.
La invité a dar un paseo por la playa mientras me contaba lo que sabía, ya que allí estaríamos solos y tranquilos, sin oídos espías que pudiesen enterarse de datos que no deben conocer. Ella aceptó encantada, parecía nerviosa, como si algo en todo ese asunto estuviese fuera de control. No me había fijado antes en su aspecto, y la verdad es que es de lo más agradable. Tiene el pelo corto, moreno, los rasgos muy dulces, es como una niña, pero sus ojos no muestran inocencia o candidez, sino preocupación, nerviosismo entre el azul de los iris, entre el negro de las pupilas.
Lo primero que le pregunté es si recordaba haberme visto allí el día anterior, con mi padre, a lo que respondió que si, que evidentemente recordaba haberme visto, sino se habría negado a hablar conmigo. Definitivamente, me encuentro entre los sospechosos. Pero según le dijeron el hombre y la mujer que llevaban la investigación, no existen pruebas que puedan ayudar a condenarme, solo indicios.
-Así que os dieron información sobre la investigación-pregunté.
Ella me explicó exactamente los datos que les habían facilitado, mi padre había muerto probablemente a las 6 de la madrugada del día anterior, lo que le daba un margen de tiempo enorme para actuar después de haberse separado de mí. Le habían enseñado una fotografía del cadáver, a ella y a toda la plantilla de La Góndola, y según me contó, a diferencia de lo que en un principio habían creído, no estaba enganchado a cierta altura del faro, había sido arrojado desde la parte más alta, atado su cuello con un hilo de acero muy fino, muy difícil de ver en primera instancia, pero que cuando llevaron a cabo un registro del lugar se mostró claramente.
La causa de la muerte, mi padre se rompió el cuello en la caída, y al estar sujeto por un hilo fino, se había cortado el cuello, con lo que la escena, al parecer, era sangrienta. Dante estaría orgulloso, y para las fuerzas del orden es evidente que la muerte de Francisco no es sino una señal de aviso para alguien. Es la forma de la muerte, el arma homicida, lo que los incita a dudar de mi culpabilidad, les parece que semejante grado de violencia y planificación no encaja con un hijo matando a su padre. Me entraron arcadas solo de pensar que alguien me creyese capaz de semejante crueldad.
-Supongo que si estás aquí, Aurora, es porque no crees que lo haya matado...pero lo cierto es que apenas recuerdo lo que hice anoche.
Entonces ella me explicó lo que había visto, mi padre y yo discutimos, según parece, yo le decía que no podía hacer algo así, menos en solitario, que necesitaba compañía, era una investigación importante. Apenas captó más de la conversación, mi confidente, pero interesada por lo acalorado de nuestra charla, se fijó en las reacciones de mi padre cuando yo fui al baño, y a parte de mirar constantemente a su alrededor, como si buscase a alguien entre la multitud, le pareció que hacía algo con mi copa.
Tal vez mi padre fuese el que provocó que mi noche esté tan borrosa, tal vez no quería hacerme partícipe de lo que ocurriría esa noche, tengo la esperanza de que fuese una forma de protegerme, no de esconderse de mí. Lo cierto es que, sea por esperanza o por lógica, empiezo a pensar que mi padre sabía que iba a morir anoche, y eso me hace sentir todavía más la necesidad de desvelar la auténtica historia de su fallecimiento.
-¿Hubo algún cliente al que mi padre observase con especial celo?-podría encontrar entre ellos a algún espía, a alguien que supiese más de lo que había ocurrido esa noche.
Por desgracia, Aurora apenas recordaba algunos rasgos de un hombre sospechoso sentado a pocas mesas de distancia de mi padre y de mí, un hombre que se escondía detrás de Las flores del mal de Baudelaire, y que sonreía para sí mismo con cada subida de tono en mi discusión con Fran. Ese hombre tenía el pelo rapado, sonrisa felina, los ojos ligeramente rasgados, tal vez signo de ascendencia oriental, o tal vez solo unos rasgos ligeramente fuera de lo común. Por si acaso, y ya que el hombre no parecía ser, ni mucho menos, un nativo de la zona, decidí que acudiría al motel de Carnota a preguntar por algún hombre con sus características. Es el lugar más discreto en el que alojarse por la zona, y eso le situaría un refugio a unos poco km del lugar en que fue hallado mi padre.
Mi mente empieza a funcionar mejor, siento que el dolor está aparcado en algún lugar, que no tengo derecho a sentirlo hasta que haya cumplido mi último favor a la memoria de mi padre, el favor de hacer saber al mundo cómo muere un miembro de las fuerzas del orden, tal vez el orgullo de saber que murió combatiendo algún tipo de crimen. Espero no equivocarme, espero que no fuese un negocio relacionado con la cocaína lo que lo mató.
Me despedí de Aurora con su número de teléfono anotado, con lágrimas en sus ojos y pugnando por salir de los míos, me conmovió su forma de sufrir por mi pérdida, y su promesa de ayudarme en la medida de lo posible me alegró, aunque con qué cara le pediré ayuda con algo tan serio cuando apenas nos conocemos...supongo que sus palabras eran de simple cortesía, supongo que en el fondo, aunque vivamos en un mundo hostil, podemos seguir teniendo esperanza en la empatía del género humano.
Adiós, mundo cruel, me temo que ya me vence el sueño, mañana será otro día, el día en que seguiré buscando a Andrea, comienzo a estar preocupado, es raro que no dé señales de vida, y aunque tal vez no atravesemos nuestro mejor momento, espero que esté bien. También espero, con todas mis fuerzas, encontrar a ese hombre de rasgos asiáticos, y más le vale contarme todo lo que sabe, o las cosas se van a poner muy serias.