Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

lunes, 4 de julio de 2011

Rojo en la luciérnaga. 3ª

09:00 Domingo
Apenas he dormido esta noche, y aunque no estoy fresco no tengo sueño, es como si una ansiedad, una urgencia extraordinarias, se hubiesen apoderado de mí. Andrea, sin señales. Y quería ir a ese motel temprano, no se me puede escapar el hombre de rasgos asiáticos, y en caso de que se hospede allí, debo ir temprano y cogerlo cuando no se lo espere.
A modo de acto simbólico, y sabiendo lo que leía anteayer, cogí antes de salir de casa una copia de Las flores del mal con tapa dura y letra grande, un objeto contundente que podría resultarme de gran utilidad, como excusa y como defensa. Si se trataba de un simple turista, podría argumentar que lo había visto leyendo, y que como no conozco a muchos conocedores de la poesía simbolista, deseaba debatir con él, si no suponía molestias, claro.
Monté en el coche y puse rumbo hacia Carnota, antes me acerqué por el portal de Andrea, y pude contemplar acercando la cara al cristal que su buzón no había sido vaciado. No me había parado a pensar en ello, pero me resulta extraño no tener llaves de su casa, nuestra relación es muy seria, llevamos mucho tiempo juntos, pero ni vivimos juntos ni nunca nos planteamos hacerlo. En estoos momentos no sé lo que le puede haber ocurrido, y no imagino cómo soportar que le pueda haber pasado algo, tal vez por mi culpa, por mi relación con el crimen...Si esa sonrisa suya desaparece por mi culpa, no seré capaz de perdonármelo.
La carretera está muy despejada, domingo por la mañana, supongo que es suficiente explicación. No me lleva ni media hora acercarme hasta Carnota, y la figura del motel se alza imponente. Aunque tenía todo muy claro cuando salí de casa, a medida que se acerca el momento de preguntar por mi sospechoso, la idea me va pareciendo más y más absurda, solo se trata de un hombre que leía cerca de mi padre y de mí en un bar de la costa coruñesa.
El aparcamiento estaba bastante vacío, apenas cuatro o cinco coches de baja gama lo ocupaban, y decido aparcarlo en la esquina más apartada de la puerta, ya que no me gustaría que nadie pudiese reconocer mi vehículo, localizarme, tengo que andar con pies de plomo.
La recepción del motel es aséptica, nada destacable, muebles funcionales, y un hombre de mediana edad regentándola con cara de profundo tedio, una televisión escondida tras el mostrador para ayudarle a pasar las horas muertas, que no debían ser pocas. Cuando me vio entrar reaccionó, cambió la cara, como si acabase de despertar de un largo sueño, y sonrío en un esfuerzo casi inhumano, torciéndosele la sonrisa en el mismo momento en que le dije que debía preguntarle por uno de sus inquilinos.
-No recuerdo su nombre, ya que no hemos tenido mucho contacto, hemos quedado aquí para debatir sobre un autor francés, tal vez le haya visto ir y venir con un libro como este en la mano-le enseñé mi copia.
-Lo siento, pero no puedo decirle nada, dar información sobre los clientes está prohibido, así que lo mejor será que contacte con él y le pregunte el número de habitación en el que se aloja.
-Lo haría, pero nos comunicamos por carta y bajo pseudónimo, es una forma de darle más encanto al debate literario.
Intenté por todos los medios que no se notase mi nerviosismo, pero supongo que estaba lo suficientemente acostumbrado a ese tipo de situaciones, en que alguien buscaba a uno de sus inquilinos, como para darse cuenta de mi situación. Cambia posible asesino por posible cónyuge infiel, y será el pan de cada día para un hombre como él. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea.
-Puede que esté registrado a nombre de Charles Baudelaire-era solo una teoría, pero como mínimo, tendría que abrir el registro, y con un poco de suerte podría saber qué habitaciones estaban ocupadas en ese momento.
-Lo comprobaré, si se equivoca, le ruego deje de molestarme y se marche, tal vez pueda concertar una cita con ese hombre en otro momento, tal vez se haya equivocado y ni se aloje aquí-no tenía el hombre ninguna intención de dejarme pasar.
En cuanto sacó el registró pude comprobar que apenas había una decena de habitaciones ocupadas en ese momento. Es difícil describir lo que sentí al descubrir que una de ellas estaba reservada bajo un nombre que me resultó reconocible, Lao-Tse. Apenas pude reprimir la carcajada ante la xenofobia de la que hacía gala el mundo. Un hombre de rasgos ligeramente achinados puede utilizar con credibilidad el nombre de un filósofo chino de la antigüedad, sorprendente.
-Lo siento, pero me temo que no tenemos ningún Charles Baudelaire alojado aquí en este momento-suspiró con suficiencia, como si se conformase lo que llevaba tiempo advirtiéndome-, por cierto, ese nombre, ¿de qué me suena? Es el guionista de esa peli de Jim Carrey, Olvídate de mí, ¿verdad?
-Creo que sí-respondí, deseando salir de allí cuanto antes-, ha sido un placer, muchas gracias por todo.
Tenía su número de habitación y sabía que la llave no estaba en recepción, con lo que lo más probable era que estuviese con él, en la habitación, tal vez descansando las últimas horas antes de emprender la huida y no volver a dar noticias después de haber asesinado a un lugarteniente de la Guardia Civil.
La puerta de su habitación estaba por la parte de atrás del motel, la privacidad, asegurada, pasé agachado por debajo de la ventana, cualquier riesgo que pudiese evitar sería mejor. Cuando llamé a la puerta, el corazón me latía a una velocidad de vértigo, no sabía lo que podría encontrarme. Con el libro en la mano, esperé agachado para que no me pudiese ver por la mirilla, y en cuanto escuché movimiento, y el crujido de la puerta al abrirse me enderecé y esperé a que esa cabeza rapada, esos rasgos asiáticos, aparecieran.

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