Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

lunes, 10 de enero de 2011

Capítulo 2: Alba

El alma en vilo, no está preparada esa parte de su ser para asimilar tanta belleza. Desde su desordenado lugar en la clase la observa con los ojos descompuestos en sollozos. No llora ni lo hará, pero la ipotencia que se adueña de él no es resistible por un común mortal. Por suerte par si mismo él no es un común mortal, es un miembro de esa clase de sufridores que representan los tímidos sin arreglo. Bastiá, como el genio soberbio que Michael Ende creara enre sus delirios fantasiosos.

Pero si en algo se asemeja al héroe de la más interminable historia jamás contada es en la impotencia del comienzo. En cambio sabe este Bastián que no es su sino convertirse en leyenda. Lo sabe porque no quiere serlo, demasiada responsabilidad, demasiado trato con la gente. En cambio, está cómodo con su silencioso pesar mientras observa a Alba. Su némesis, no por enemistad sino por heridas internas. Los órganos intactos en carne pero no en esencia. Le duele el corazón de amor incomprendido e ignorado, le duele el hígado de las noches de absenta solitaria para olvidar, los pulmones de todos los cigarros consumidos en la oscura frustración. Adulador por nadie desenmascarado.

De repente el profesor, desde su cátedra cargada de atemporalidades, le llama la atención. Sal de tu ensimismamiento, le dice. Estamos hablando de algo trascendental para vuestra formación, y si acaso eres digno de disfrutar del dulce verdor de las praderas de Stendhal, sal de tu sueño y vive el de Rojo y Negro. Leíste la obra, no es así? Sino lo hiciste habla sobre ella.

Rojo y negro, sin el negro en sus mejillas, cumple la mitad de la ecuación, y bajando la cabeza para no ser observado por los compañeros de facultad, se sume en el silencio de un asentimiento vergonzoso. Como para convencer al profesor de que le escucha, no se le ocurre otra cosa a Bastián que cntinuar con su creación poética, salida extrema para sus desamparos. Lo único que mantiene la cordura en la amargura.

Por desgracia para él, no consigue así distraer la atención, sino acapararla con más fuerzas, y el marmóreo pensar del profesor le lleva a pensar que es el chico un genio y no un sufridor. Ensimismado en su arte, y quiere conocerla. Levántate y tráeme eso que estás escribiendo, compartamos los pensamientos de los compañeros. Por suerte solo hay veinte personas en clase, no más, no es la literatura terreno para mayorías. No desea que nadie lea su obra, pero es demasiado opaco en emociones como para negar el gusto a su superior directo. Se levanta y se conduce por raíles inestables entre los demás colegas de martirio, con el rabillo del ojo puesto en los destellos dorados sobre la cabeza de Alba.

Tras un distante agradecimiento el profesor le pide que recite sus palabras, comprobando ya que se trata de una poesía, no adivinando cuán privado podía resultar llevar a cabo ese acto. Como no recibe respuesta, el panzudo y cuatroojos sabio se dispone a recitar el mismo las verbas de su discípulo, orgulloso de apreciar que la creación literaria continúa entre los jóvenes.

Dos decenas de ojos clavados en la tez ardiente de Bastián, y comienza el martirio.

Blanco es tu nombre,
como el Sol al cerrar los ojos
y solo apareces tú,
pensamientos de cobre
y el alma al rojo,
cómo decirte
cuan bella eres, mi astro,
si solo consigo sacar
de mí versos de alabastro.
Y merecerías platino
entre estos grises de cemento,
eres para mí un sueño,
el destino,
así que con mi amor extiendo este juramento,
te seré fiel en vida, en lo etéreo,
y mientras caigo entre llantos
veré esos hilos de oro
con corazón férreo,
derritiéndome entre los espantos,
espantos por no llegar a conocer
lo que se sentirá cuando con suavidad,
se alcanza a besar tu blanca tez.

Risas entre los oyentes, la mirada de Bastián debatiéndose entre el suelo y Alba, que, dándose cuenta de cómo la mira, baja la mirada de tabaco rubio, nerviosa. Las palabras del sabio Ramiro resuenan en la sala.

-Eres apasionado, amigo ensimismado. Me gusta, ese fervor pasional, esa forma de amar lo desconocido, tienes que liberarte, confesar a tu amor secreto lo que sabes, lo que ocurrirá si tus deseos más oscuros se cumplen, en eso consiste la literatura, hijo, consiste en tener el valor de reaccionar a lo que te ocurre, consiste, simplemente, en conseguir que nada se interponga en tu camino, y cuando eso ocurre, narrarlo. Pero nunca antes del fracaso. Me has conmovido, y por eso te libero de tu tortura, vuelve a tus pensamientos, pero para la próxima, atiéndeme, introdúcete en los grandes genios y aprende a enriquecer tus torpes palabras.

Con el gusto por la retórica del maestro se entretuvieron los alumnos, y con un rojo más oscuro que el de la sangre vuelve el chico a su asiento. Sintiéndose perseguido por las miradas de sus compañeros. No es consciente de que entre las risas y las burlas se puede percibir un deje de envidia. De desprecio por su estupidez y envidia por su sensibilidad. Idiota, reprimido, se sienta y vuelve a mirar las hojas en blanco que tiene ante él. Debería saber más de la vida, y en ese momento la clase toca a su fin, un día menos en una vida pesarosa. Se acabó y puede volver a su ático tranquilo y aislado.

No sabe que su profesor será también su mentor en un camino más allá, en compañía también de su antítesis, de aquel que unas pocas horas antes se encontraba en un parque golpeando al Mesías, golpeando a quien nunca debiera golpear, y firmando así una sentencia de muerte que esperaba poder eludir.

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