Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

domingo, 16 de enero de 2011

Cartas al director

Es tarde de lectura en su mente. Los coros de voces aletargadas le rodean. Cafetería vacía pero resonante en la que se encuentra, con la fachada de piedra deslizándose entre sombras, locada en la plaza de Galicia es un rumor de calles de barro, un mito de cultura que en realidad consiste en desconocidos tomando cafés y desconfiando de sus camaradas silentes.

Apenas es un vago recuerdo lo que Cortázar revelaba en la anterior página, y en cambio es un mundo florido y acongojante lo que narra ahora, acompañado de los ruidos y luces que como ecos se pierden entre las formas enrevesadas del local, las mesas de metal decimonónico y las miradas más antiguas si cabe. El camarero es una figura cargada de quietud, que con su longevidad envejece a aquellos con los que habla.


En la calle se forman tinieblas de hormigón, los pasos de los transeuntes se superponen con los de aquellos que circulan motorizados, y estos forman un mosaico de luces sin in, en el atasco de la ciudad las serpientes de faros y cigarros fumados por pilotos constituyen una eternidad de manifiesta contemporaneidad. Callan todos y dejan de obervar su café cuando la puerta se abre y entra un vendaval de sonidos. Se cierra y una persona más está ahí dentro. La esperaba, esperaba a Penélope, y ella ha llegado.

No fue el modo en que se conocieron la forma común en una edad de recuerdos y divagaciones, una edad de apatía. El tiempo de los coches y los ordenadores, y como una incongruencia temporal, él mandó una epístola al diario que con más fuerza detestaba. Ella, interesada por la persona que con aquella fuerza protestaba, no hizo más que buscar su dirección, indagar, y tras conseguirla empezó una larga correspondencia de frases dichas y a medio decir.

Con curiosidad recorre la cafetería la joven, su vestido nacarado le marca las formas con una adaptación que ya querría para si el lucero del alba al amanecer, , en cambio está suelto y vuela, convirtiéndola en una visión que parece siempre a punto de desaparecer, gira la cabeza en busca de su corresponsal, y su melena lisa de azabache vuela, revolviéndose como si una tormenta se hubiese desatado a su alrededor, y esas facciones blanquecinas, ese tono perlado en una piel marcada de pecas, aspecto de niña sabia hasta el infinito. Sonrisa inocente al verlo, y se acerca.

Aparcando la lectura junto a su café con gotas, se levanta él, probablemente con cara de idiota, y el silencio, los ruidos de la calle ya no existen, los ruidos eran ficción, ella es real, le da dos besos con esa suavidad que solo la piel de un ángel tendría, y le saluda con una náusea de amor, con palabras que no quiere y debe decir. Saludos cordiales y tópicos en un mundo diferente, entonces los dos ríen, en una lucha de protagonismos, los dos quieren fascinar.

Ríen y se burlan de si mismos por saludarse timidamente cuando se conocen más que a nadie, desconocidos de siempre, y el futuro es suyo. Ella no quiere  tomar nada, solo quiere vislumbrar la felicidad de alguien a quien dirigirse en los términos en los que quiere dirigirse a alguien. Hablar de lo que realmente le interesa.

Y antes de darse cuenta estás ya fuera, cobijados por el ruido y el claroscuro de colorines que es la calle de noche. Los coches rugiendo, pitando, las gentes caminando perdidas sin mirarse a los ojos, y de eso hablan, fijos cada uno en las pupilas del otro, fascinados por poder hablar sobre la gente que no habla, fascinados de pensar en la gente que no piensa. Las calles no importan, y por ello se adentran en la zona vieja, caminan sin rumbo porque no lo necesitan, ambos han caminado ya demasiado tiempo sabiendo hacia donde se dirigían, y es ahora cuando comienza el auténtico viaje.

Los peregrinos los miran extrañados cuando tienen que apartarse para no ser atropellados, pero a ellos no les importa, no quieren mirar hacia delante, eso es lo que hace la gente normal, solo quieren beber el alma del otro y disfrutar de esas horas robadas al tiempo antes de que la realidad de París y de azúcar se cierna sobre ellos, será su primera y única noche juntos, quién quiere más, conocerse, el resto sobra, artículos de tienda de regalo que están en casa y solo ves un día. Mejor saber que se perderán después, y observarlo como lo que son, objetos únicos.

Así se sentían al llegar a la plaza del Obradoiro, como un regalo efímero y maravilloso, las dos semanas de correspondencia ya no son nada, ahora están cara a cara y quieren ser uno. Follar? Ya se verá, de momento empieza a llover. Empieza a llover y el Obradoiro se vacía, ellos se quedan allí, de pie, se dirigen al centro de la inmensa plaza y se quedan mirándose, dejando que la lluvia les moje el pelo, que conviertan cada curva de sus rostros en perlas brillantes en la noche. Y sus miradas brillan más si cabe. Se tumban en el Obradoiro, aprecian esa vista magnífica de la catedral, con las perspectivas cambiadas, el mundo boca abajo, y es para ellos lo más natural del mundo.

Se levantan, y siguen caminando, tal vez hacia el monte de Deus. Las formas de ella dibujándose bajo el vestido de nácar.

2 comentarios:

  1. Buen texto,aunque me gusta más el de "C´est l´amour" (lo volví a leer hoy y me gusta más que ayer xD).
    Gracias, me alegra que te molase mi estilo comic independiente yanke,como tu lo llamas jejej, aunque creo que mis influencias no vienen por ahi :P
    Un saludo!

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  2. "...Con una náusea de amor..." me encanta esa antítesis.
    Eres tan existencial como me esperaba (no por ello es decepcionante, al contrario).
    Cool, story, man!

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