Estáis ante un pequeño rincón que trata de ser literario, aunque a día de hoy sea difícil trazar la línea entre la basura y la literatura, es vuestro el deber de juzgar

martes, 4 de enero de 2011

Las civia crónica

Esto es un relato fuera de la historia del simpático Néstor.


Cuando el fuego de la chimenea comenzaba a apagarse supe poco a poco, me fui dando cuenta de que la cuenta atrás llegaba a su fin. Durante un par de horas llevaba aguantando las ganas de abalanzarme sobre ella y plagar su cuerpo de caricias, caricias con la pasión, la violencia suficiente para contentarla y no dañarla, con absoluta delicadeza en caso de ser necesario. Maldito sea el impulso que al ser humano domina por completo. Durante dos amargas y felicísimas horas llevo manteniendo con ella conversaciones de increíble interés, y apenas las recuerdo.

Me interesa lo que dice, me interesa de verdad, pero en el fondo, miro sus labios de miel y solo deseo besarlos, sentir centímetro a centímetro el roce de esa fracción de piel de extrema sensibilidad, tal vez mi mano bajo su camiseta, acariciándole la espalda, sentir un escalofrío de ella, derretirme por dentro yo...Y la chimenea se queda sin fuego, no hay más leña y cuando empiece a hacer frío ella propondrá que nos vayamos. No queda alternativa.

-En mi opinión, el auténtico valor de Sartre es el modo en que-sus palabras profundamente vacías para mí- despertando nuestra conmiseración consigue darnos un impulso vital que...

-Lo siento, no puedo seguir escuchándote, hay algo que antes debo hacer...

Después de la interrupción es ahora o nunca, y tras acariciar su frente paseo mi mano por sus cabellos de un tono castaño claro tan bonito que hace daño a la vista, la vista la paseo por la eternidad de sus pupilas, y es enconces cuando, mientras acerco mi mano a su mejilla y tiro de ella con tanta suavidad que tal vez ni se de cuenta, me acerco y planto mis labios en los suyos, primero con timidez, sin saber si escapará, y ante el contacto agradable de su piel, dándome cuenta de que no escapa, tiemblo de alegría y la estrecho en un abrazo de caricias. Mi mano vaga libre por su nuca, haciéndole cosquillas y desatando la actividad de sus nervios. Y la otra sigue en su mejilla, impidiéndole escapar de la placentera sensación de saberse cobijado.

Poco a poco es ella la que toma la iniciativa, agarrando mi mano y llevándola a la cintura, y es el momento de hacer lo que tanto me gusta, acariciar la parte baja de la espalda, sintiendo la columna vertebral junto a las yemas de mis dedos, notando cómo tiembla de puro placer ante las caricias de un pobre aficionado como yo. Qué mejor momento para abandonar sus labios y besar su cuello, ese cuello pálido que lleva horas torturándome. Lo beso con cuidado, paseo mis labios y mi lengua por él consiguiendo que se retuerza de gusto, y aún solo empieza...

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